Cuando inauguré este blog mi intención era sobre todo escribir de cosas de montaña, así que comenzaré por una pequeña historia de hace ya una década. Un mes de mayo mi amigo Santi y yo decidimos recorrer el tramo del GR-11 -la senda pirenaica de gran recorrido que va del cabo de Creus al de Higuer-, en concreto el tramo navarro que va de Roncesvalles hasta Hondarribia.
Salimos de Madrid en autobús hasta Pamplona, y tras unas horas de vagabundeo por la vieja capital, que por cierto aproveché para comprar en la librería Xalbador un ejemplar de Odolaren mintzoa, precisamente del bertsolari Xalbador, tomamos otro autobús que tras subir renqueando los altos de Erro y Mezkiritz nos depositó en Burguete -o Auritze. El plan era comenzar a caminar a la mañana siguiente hacia el albergue de Sorogain, donde habríamos de hacer noche, y de ahí hacia Elizondo a través de los hayedos del Quinto Real, que no tienen nada que envidiarles a los de Irati.
Pero no contábamos con la feroz niebla, que en esa parte de Navarra es especialmente maligna y obstinada. Tras desayunar en la pensión de Burguete donde nos habíamos alojado fuimos andando hasta Roncesvalles, sitio en que técnicamente comenzaba la ruta, haciendo al revés el camino de los peregrinos. La colegiata y edificios anexos apenas se intuían: en semejante mañana, uno esperaba que en cualquier momento apareciese fray Guillermo de Baskerville -o sea, Sean Connery- mientras le explicaba a Adso de Melk -Christian Slater- váyase usted a saber qué pérfido crimen perpetrado mediante códice asesino. En cualquier caso, la niebla no mostraba intención alguna de aclarar; que yo se sepa, a pesar de los ríos de tinta escritos sobre la Rota de Roncesvalles ningún historiador ha reparado en lo útil que debió ser la bruma mañanera (según las estadísticas, hay más de cien días de niebla al año en esa parte del Pirineo) como eficaz aliada de la perfidia Vasconum cierto día de verano del año 778... "Clers fut li jurz e bels fut li soleilz" dice la Chanson de Roland, claro era el día y bello lucía el sol, pero lo suyo era imaginarse la muerte de Roldán y los Doce Pares en un radiante día de verano, y no sórdidamente acabados en aquella tiniebla. A veces la densidad de la niebla se aligeraba aquí y allá y dejaba entrever las montañas y riscos de los alrededores, que de esta manera no obstante no dejaban de hacer honor a esos hermosos versos que tantas veces se repiten en el cantar épico: "Halt sunt li pui e li val tenebrus, / les roches bises, les destreiz merveillus", altos son los montes y tenebrosos los valles, pardas las rocas y temibles los desfiladeros.
Al final nos pusimos en marcha sin encomendarnos ni a dios ni al diablo, que así salió la jornada. Siguiendo la regata de Xuringoa nos internamos en un pequeño valle algo melancólico, que bajo la niebla ciertamente recordaba los viejos versos franceses, y acometimos la no muy larga pero dura subida hacia las cimas gemelas Menditxipi y Mendiaundi, desde donde el camino comienza a descender hacia Sorogain. A ratos parecía que la niebla iba a aclarar, y hasta nos dejó ver varias veces el llano de de Erro, otros se hacía aún más densa, hasta que hacia el mediodía al fin aclaró y quedó una tarde de primavera ciertamente bonita y radiante. Pero algo iba mal; caminábamos siguiendo la tenue senda marcada por muchas pisadas a través de los pastizales, pero la brújula señalaba que nos movíamos en dirección norte, cuando deberíamos hacerlo hacia el este o suroeste. Una consulta al mapa de Alpina -un día he de dedicar un sentido elogio sentimental a los mapas de la editorial catalana- al menos permitió colegir dónde nos hallábamos: al pasar junto al peñasco de Mendiaundi la senda se bifurcaba, pero desorientados por la niebla, ya que bastante teníamos con no perder el vacilante camino, habíamos tomado el que va hacia Lindus sin darnos cuenta, y de hecho lo más seguro es que ya hubiésemos rebasado la muga. Como para retomar el camino correcto había que desandar mucho de lo andado, decidimos hacer un forzado cambio de planes, y bajar hacia Urepel, donde pasaríamos la noche para dirigirnos a la mañana siguiente hacia Elizondo.
Así pues, dejamos el cordal que va a Lindus y de ahí va bajando hasta confudirse con las colinas que rodean Donibane Garazi y comenzamos a descender hacia Urepel, por una trocha montañera que al cabo de mucho rato se convirtió en pista. Las cañadas, montes y barrancos se sucedían. Aunque pronto comenzamos a ver bordas y ganados, no encontramos a nadie. Tras una caminata muy larga llegamos al fondo del valle. El calor apretaba y hacía rato que se nos había acabado el agua de las cantimploras, y aunque bajaban regatas por todas partes, al ser ya zona de prado bajo y mucho ganado no nos atrevimos a coger agua. Pronto encontramos el primer caserío, junto al que pasaba la pista, y como había una señora a la puerta, el primer ser humano que veíamos desde que habíamos salido de Roncesvalles, le pregunté si había alguna fuente. Me dijo que había varias, pero que para el caso nos llenaba las cantimploras en la cocina. La mía aún era de las que iban recubiertas de una áspera tela verdosa, y la mujer me la devolvió deplorando que se hubiese mojado, como si aquello tuviera mucha importancia: "Oi oi, oihala trenpatu duzu...". Oihala pronunciado "oi-h-ala", con aspiración, y no "oyala", como hasta entonces había oído. Dado que mi francés siempre ha sido muy vacilante, me apareció natural hablar en euskera.
Media hora después ya estábamos en el núcleo de Urepel, donde no había aboslutamente nadie. Nos detuvimos un rato mirando el monumento a Xalbador, así como el inevitable recordatorio de los muertos de la Gran Guerra, que en Urepel está en euskera: la lingua Vasconum al servicio del patriotismo francés. A los pies de la estatua del soldado -el típico poilu de la I Guerra Mundial- había una corona de flores aún bastante fresca adornada por dos bandas, una con los colores de la ikurriña y la otra con los de la tricolor francesa. Recordamos que unos días antes se habría conmemorado el Día de la Liberación: en casi toda Europa occidental el 8 de mayo es fiesta. En todo caso, impresionaba la interminable lista de muertos en tan parva localidad, y eso que Urepel y en general todo el cantón de Baigorri, según supe más tarde, fue una de las zonas del Hexágono con mayor porcentaje de insumisos y desertores, ya que con cruzar la frontera e irse a casa de unos parientes en el Baztán o aledaños podían escapar fácilmente de la matanza. Así como que no fueron pocos así mismo los baztaneses que se establecieron en las localidades vasco-francesas para no tener que ir a Cuba o a Marruecos. La comunidad de lengua y parentesco reforzada por el deseo de no tener que ir a matar y morir por la Patria -la española o la francesa-, vaya paradoja.
La fonda-hotel local estaba cerrada por vacaciones, según rezaba un cartel, así que visto el panorama no nos quedó más remedio que seguir hacia al siguiente localidad, Aldude, ya por la carretera. Serían las seis de la tarde cuando llegamos, esto es, a una hora ya francamente intempestiva tratándose de horarios franceses. Estábamos molidos, pero el cansancio se convirtió en desaliento cuando descubrimos que el hotelillo local estaba igualmente cerrado -más tarde supe en es en mayo cuando los dueños de hoteles y fondas de Iparralde más se cogen las vacaciones. Desalentados entramos en el único bar abierto, el del trinquete. Encima amenazaba lluvia
El tabernero era un chico joven, más o menos de nuestra edad -la que teníamos entonces- que debía estar bastante aburrido, porque no había nadie, y como además era bastante simpático se puso a darnos conversación. Le contamos nuestras peripecias, y Philippe, que así se llamaba, nos dijo que no nos preocupásemos, que no íbamos a pasar la noche al raso; o por usar la palabra en euskera que entonces oí por vez primera y que me encanta, afrontuan. Nos dijo que en Esnazu había otro hotelillo, y que seguro que estaba abierto, pero que no eran horas para que nos acercásemos andando hasta allí (¡a sólo tres kilómetros!), y entonces llamó por teléfono al alcalde y nos dijo que podíamos dormir en un pequeño albergue anexo a la escuela del pueblo.
Para ser exactos, junto a la escuela había dos albergues, uno más moderno, aunque no demasiado, donde había un grupo bastante ruidoso de niños de un colegio de Biarritz, y otro más antiguo, hecho de cemento y con tejados de cinc, con cierto aire de campamento militar de la II Guerra Mundial. En conjunto, todo con ese aire de cosa antigua, usada y sin embargo muy limpia, que es lo que te encuentras en Francia. Fue en el segundo donde pasamos la noche: jamás recuerdo haber sentido una sensación de confort tan agradable como cuando arrebujado en mi saco de dormir por fin se puso a llover. Afuera.
El día amaneció igualmente brumoso, lo que nos desalentó bastante. Los niños que estaban de campamentos desayunaban, y una mujer entrada ya en la cuarentena nos preguntó en francés si queríamos desayunar nosotros también. Al darse cuenta de que no me manejaba muy bien en esa lengua, intentó hablar en castellano, que dominaba igual de mal que yo el francés, de modo que le dije que sabía euskera. Nunca me he encontrado con una reacción más positiva y alegre por hablar la lingua Vasconum; nuestra alegre anfitriona le hizo saber a su compañera, que andaba igual de atareada dando de desayunar a los niños de Biarritz -tanto ellos como los monitores hablaban en francés-, que los dos misteriosos forateros venidos de Madrid vía Roncesvalles hablaban en eskuara. La tarde anterior ya le había oído a Philippe hablar con cierto desdén de las gentes de Miarritze: "Miarritze Eskual Herrian dago, baina ez duzu Eskual Herria ere" fueron sus palabras. Tras del desayuno intenté averiguar a quién se debía pagar el alojamiento y desayuno, pero la respuesta fue taxativa: la mujer me dijo con una sonrisa que con decir por ahí que las gentes de Aldude saben acoger a los pobres montañeros perdidos se darían por bien pagados. Lo cierto es que siempre tuve la sensación de que la curiosa familiaridad dada por la lengua vasca tuvo que ver bastante con que no tuviésemos que pasar la noche afrontuan.
El bar del trinquete estaba cerrado, así que no pudimos despedirnos de Philippe para agradecerle la atención. Emprendimos la marcha cuesta arriba por la carretera que lleva hacia el puerto de Urkiaga, y que debíamos abandonar por una pista una vez pasada la aldea de Esnazu, a la que llegamos tras una media hora. Las montañas estaban cubiertas por la niebla, y caía una fina llovizna. El hotel de que nos había hablado Phillippe estaba abierto, así que entramos a tomar un café y a hacer tiempo a ver si acalaraba, porque no teníamos demasiadas ganas de volvernos a perder. Lo atendía una mujer de mediana edad, quien debía estar igualmente aburrida, porque pronto se mostró bastante locuaz.
Al preguntarnos acerca de donde veníamos, se dio un pequeño malentendido lingüístico, porque al contarle una vez más nuestras desventuras, la mujer añadió a modo de comentario: "A, Orreagatik korrituz jin zizte!". No era la primera vez que oía la expresión. Yo le expliqué que habíamos venido andando, no corriendo, pero se me ocurrió que el dichoso korritu debía ser otra cosa. "Korritu zer da, mendian ibili edo?". "Horixe, horixe, mendian ibili, mendira juin, ta hola". Me hizo gracia la pregunta que me hizo a continuación: "Eta zuek nola erraiten duzue korritu Espainian?". Le contesté que, a lo que sabía, en España no hay una palabra en euskera específica para "andar por el monte". La mujer nos tranquilizó acerca de la niebla, que pronto se iría -"Sarri juinen duzu"-, lo que fue cierto, y nos dijo que de joven el camino a Elizondo a través de Argibel y Harrikulunka lo había hecho a pie muchas veces, porque tenía parientes en España, en Elizondo. Al fin nos despedimos, y salimos del hotel. Tras dejar atrás las pocas casas de Esnazu, la carretera hacía una curva muy pronunciada, de la que si el mapa de Alpina y las explicaciones de la hotelera no mentían salía la pista que luego e convertiría en senda y nos llevaría cerca del puerto de Urkiaga pero más arriba, desde donde sin problema habríamos de retomar el GR-11 cerca de las imponentes peñas de Argintzu.
Para ser exactos, junto a la escuela había dos albergues, uno más moderno, aunque no demasiado, donde había un grupo bastante ruidoso de niños de un colegio de Biarritz, y otro más antiguo, hecho de cemento y con tejados de cinc, con cierto aire de campamento militar de la II Guerra Mundial. En conjunto, todo con ese aire de cosa antigua, usada y sin embargo muy limpia, que es lo que te encuentras en Francia. Fue en el segundo donde pasamos la noche: jamás recuerdo haber sentido una sensación de confort tan agradable como cuando arrebujado en mi saco de dormir por fin se puso a llover. Afuera.
El día amaneció igualmente brumoso, lo que nos desalentó bastante. Los niños que estaban de campamentos desayunaban, y una mujer entrada ya en la cuarentena nos preguntó en francés si queríamos desayunar nosotros también. Al darse cuenta de que no me manejaba muy bien en esa lengua, intentó hablar en castellano, que dominaba igual de mal que yo el francés, de modo que le dije que sabía euskera. Nunca me he encontrado con una reacción más positiva y alegre por hablar la lingua Vasconum; nuestra alegre anfitriona le hizo saber a su compañera, que andaba igual de atareada dando de desayunar a los niños de Biarritz -tanto ellos como los monitores hablaban en francés-, que los dos misteriosos forateros venidos de Madrid vía Roncesvalles hablaban en eskuara. La tarde anterior ya le había oído a Philippe hablar con cierto desdén de las gentes de Miarritze: "Miarritze Eskual Herrian dago, baina ez duzu Eskual Herria ere" fueron sus palabras. Tras del desayuno intenté averiguar a quién se debía pagar el alojamiento y desayuno, pero la respuesta fue taxativa: la mujer me dijo con una sonrisa que con decir por ahí que las gentes de Aldude saben acoger a los pobres montañeros perdidos se darían por bien pagados. Lo cierto es que siempre tuve la sensación de que la curiosa familiaridad dada por la lengua vasca tuvo que ver bastante con que no tuviésemos que pasar la noche afrontuan.
El bar del trinquete estaba cerrado, así que no pudimos despedirnos de Philippe para agradecerle la atención. Emprendimos la marcha cuesta arriba por la carretera que lleva hacia el puerto de Urkiaga, y que debíamos abandonar por una pista una vez pasada la aldea de Esnazu, a la que llegamos tras una media hora. Las montañas estaban cubiertas por la niebla, y caía una fina llovizna. El hotel de que nos había hablado Phillippe estaba abierto, así que entramos a tomar un café y a hacer tiempo a ver si acalaraba, porque no teníamos demasiadas ganas de volvernos a perder. Lo atendía una mujer de mediana edad, quien debía estar igualmente aburrida, porque pronto se mostró bastante locuaz.
Al preguntarnos acerca de donde veníamos, se dio un pequeño malentendido lingüístico, porque al contarle una vez más nuestras desventuras, la mujer añadió a modo de comentario: "A, Orreagatik korrituz jin zizte!". No era la primera vez que oía la expresión. Yo le expliqué que habíamos venido andando, no corriendo, pero se me ocurrió que el dichoso korritu debía ser otra cosa. "Korritu zer da, mendian ibili edo?". "Horixe, horixe, mendian ibili, mendira juin, ta hola". Me hizo gracia la pregunta que me hizo a continuación: "Eta zuek nola erraiten duzue korritu Espainian?". Le contesté que, a lo que sabía, en España no hay una palabra en euskera específica para "andar por el monte". La mujer nos tranquilizó acerca de la niebla, que pronto se iría -"Sarri juinen duzu"-, lo que fue cierto, y nos dijo que de joven el camino a Elizondo a través de Argibel y Harrikulunka lo había hecho a pie muchas veces, porque tenía parientes en España, en Elizondo. Al fin nos despedimos, y salimos del hotel. Tras dejar atrás las pocas casas de Esnazu, la carretera hacía una curva muy pronunciada, de la que si el mapa de Alpina y las explicaciones de la hotelera no mentían salía la pista que luego e convertiría en senda y nos llevaría cerca del puerto de Urkiaga pero más arriba, desde donde sin problema habríamos de retomar el GR-11 cerca de las imponentes peñas de Argintzu.
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