jueves, 8 de diciembre de 2011

Montañeros de antaño (I): Francesco De Marchi

Una pregunta de rigor que suele hacerse a los montañeros y alpinistas es la de por qué suben montañas. O cabe decir más bien que era de rigor: solía hacerse antes de que las montañas se convirtiesen en anfiteatro de hazañas deportivas y atléticas varias, como Bonatti temía y reprobaba (con razón). Las respuestas raramente han sido concluyentes, quizá porque subir montañas tenga sea algo tan simple y al mismo tiempo complejo como vivir: desde que el hombre es hombre se ha preguntado por el sentido de su existencia -o incluso si su existencia tiene sentido alguno, que no es más que otro modo de formular la interrogación-, pero lo único cierto es que estamos vivos, y sólo estándolo y por estarlo podemos plantearnos la cuestión. Ahora bien, ¿eso ha sido siempre así?



Desde tiempos muy antiguos los seres humanos han subido montañas por los más diversos motivos. Ötzi se llevó consigo el secreto de qué hacía hace varios miles de años en el alto collado alpino donde murió y fue encontrado en 1991, pero después hallamos las más variopintas razones para justificar las visitas a las montañas: relaciones diversas con la divinidad, desde los sacrificios incas realizados en cimas andinas hasta Moisés subiendo al Sinaí a recibir las Tablas de la Ley (tema que nos dará para un post posterior: la ascensión al Sinaí de la noble dama romana Egeria en el siglo IV contada por ella misma), a pastorear ganados, a cazar, a matar dragones, como Pedro III de Aragón cuando subió el Canigou, o simplemente, porque había que trasponer los collados aún nevados, bien fuese a hacer la guerra a los demás (Aníbal y sus travesías de los Pirineos y Alpes) o, más frecuentemente, huyendo, como los hombres buenos cátaros que huían hacia Cataluña de los rigores inquisitoriales a través del puerto de l'Artiga, los republicanos que huían por los mismos lugares al final de la Guerra Civil o los perseguidos por los nazis que hicieron de nuevo la misma ruta de los cátaros. E incluso a matarse en las mismísimas montañas, como los italianos y austro-húngaros que hicieron lo propio en el Alto Adigio en la I Guerra Mundial y dieron origen, nada pacífico, a las vías ferratas... Sí, pero subir por el mero gusto de hacerlo, sin otro objetivo concreto que hollar la cima, ¿desde cuando se ha hecho?



Suele decirse que sin la nueva sensibilidad hacia la Naturaleza que nace entre la Ilustración dieciochesca y el Romanticismo (dos movimientos que se suelen contraponer pero mucho más entremezclados e inseparables de lo que se piensa) está en el origen del boom alpino del siglo XIX, que es cuando realmente nace el alpinismo como actividad autónoma, es decir, eso de subir montañas por el puro placer de hacerlo. Es cierto, pero no lo es menos que en tiempos aún más anteriores no faltaron verdaderos pioneros del alpinismo entendido en el sentido moderno (y, por desgracia, moderno no es lo mismo que contemporáneo). Puede que en las ascensiones que el emperador Adriano, espíritu curioso donde los haya habido, realizó a principios del siglo II d.C. al Etna en Sicilia y el Ida en Asia Menor tuviesen ya algo de espíritu alpino, pero por desgracia apenas sabemos nada de sus motivaciones; al menos, quien nos informa del acontecimiento, el anónimo autor de la Historia Augusta, escrita dos siglos y medio después, nada dice al respecto, y de hecho se limita a reseñarlas dentro del catálogo de extravagancias que atribuye al emperador viajero. Y es que para un romano subir a una montaña sin motivación práctica concreta sólo podía ser concebido como una extravagancia. Adriano, tan apreciado por los modernos a partir de Gibbon, tuvo algo que irritó sobremanera a los romanos chapados a la antigua.



Así las cosas, una de las primeras ascensiones "alpinas" de la historia, o al menos la primera que nos ha sido narrada, es la del Mont Ventoux (sí, el del Tour de France) que hizo hacia 1328 el poeta italiano Francesco Petraca en compañía de su hermano y que él mismo cuenta en una célebre carta que pasa al mismo tiempo por ser el acta de fundación del Renacimiento. Otro post prometemos. También suelen reseñarse las ascensiones de Leonardo, llenas de interés científico y curiosidad por la naturaleza. Ahora bien, la que ahora atrae su atención es otra ascensión igualmente realizada por un italiano, y que entre nosotros no es demasiado conocida: la que el ingeniero militar Francesco De Marchi (Bolonia, 1504 - L'Aquila, 1576) realizó al Corno Grande del Gran Sasso de los Apeninos un 19 de agosto del año de gracia de 1573, ¡cuando contaba casi con 70 años!




De Marchi es uno de los prototipos más acabados del hombre universal del Renacimiento, y además es considerado el primer espeleólogo y alpinista. Técnicamente no fue el primero que subió a aquella montaña, ya que el mismo reconoce que su cima ya la habían pisado los cazadores de gamuzas, y en su relato no oculta los méritos que en la hazaña tuvo su guía, pero el espíritu con que la acometió es francamente moderno. Pero mejor dejarle hablarle a él, ¿no? Bien, lo que sigue es la traducción al romance común de Castilla de la narración de aquella memorable escalada por roca descompuesta, narrada por Francesco De Marchi en lengua toscana hace más de cuatrocientos años.



"Hacía treinta y dos años que yo deseaba subir a dicha montaña para poner fin a las disputas sobre la diferencia de su altura respecto de otros montes. Así pues, en agosto del año 1573 la subí junto con el señor Cesare Schiafinato, milanés, y Diomede dall'Aquila. Y es así como que nos dirigimos a un burgo llamado Sercio, situado a seis millas de la montaña, por ver si habría quien nos condujese a la cima, pero no pudimos encontrar nadie que nos guiase (...). Nos dijeron, no obstante, que algunos cazadores de gamuzas habían estado arriba, pero no pudimos encontrar sino uno, llamado Francesco di Domenico, que había estado una vez en la cima, pero que no querría volver ahí bajo ningún concepto [pero más abajo queda claro que sí les acompañó]. Después contratamos a dos para que nos acompañasen, llamados Simoni di Giulio y su hermano Gianpietro, si bien no muy a gusto, sino a base muchos ruegos y buen sueldo. Luego fuimos a caballo hasta el lugar conocido como Campo Priviti, donde empezamos a considerar por dónde subiríamos esta asperísima montaña, de la que en verdad os digo que pasa de tres millas y media de altura (...). Ahí no se ve ningún camino, ni sendero ni escalera, sino que es menester ir buscando la ruta. Comenzamos a andar, pues, y yo llegué a una vena de piedra, altísima, por la que no podría haber avanzado más si no es teniendo alas, de modo que con gran peligro de mi persona volví atrás y tomé otro camino. En compañía del guía aún tuvimos que tomar un tercer camino, hasta que llegamos a un lugar bajo la cima, más allá del cual no era posible seguir subiendo. Pero Francesco, que iba en cabeza, dijo "Yo quiero seguir de todos modos", y yo le contesté "Adonde vayas tú voy yo también". Y así comenzamos a escalar por las piedras con pies y manos, pero eran fragilísimas a causa de la nieve y el hielo que en algunos sitios duran todo el año, y por lo general durante nueve meses en toda aquella montaña.



Así continuamos durante media milla, hasta que nos detuvimos por ver si encontraríamos otro camino, ya que por el que os he dicho no era posible seguir avanzando. Al final escogimos seguir por la izquierda, y nos pusimos a escalar de nuevo por la roca, por un lugar que daba verdadero pavor pasar. Este camino es de tal suerte que un hombre no puede ayudar a su compañero, pues le es menester agarrarse a la roca con los pies y las manos, sobre todo cuando se está ya a un tercio de milla de la cima, ya que ahí la piedra es fragilísima. Y es tal sitio, que si un hombre cayese se precipitaría en el aire más de doscientas brazadas. (...)



Finalmente, con enorme cansancio y solicitud alcanzamos la cima tras cinco horas y media de ascensión. Y cuando me encontré en la cima, pareciome estar flotando en el aire, pues todas las montañas que hay en torno de ésta quedan más abajo. Y entoncés tomé mi cuerno y lo hice sonar, haciendo que de entre los cortados de esta montaña saliesen innumerables aves, a saber, águilas, halcones, gavilanes, cernícalos y cuervos. Todos ellos volaban en torno a la cima, y el asombro que les produjo oir sonar un cuerno dejaba bien claro que haría treinta o cuarente años que nadie pisaba la cima, ciertamente algo que es peligroso y no da ganancia alguna, pues ahí no encontraréis ni siquiera hierba, sino tan sólo nieve y hielo.



(...)




Y en efecto, esta montaña es la más alta y escarpada de toda Italia, pues desde su cima se ve el Mar Adriático, y el Jónico, y el Tirreno, y si no fuese por las montañas que hay entre medias también se divisaría el Mar de Liguria. Y os digo que los precipicios son tales, que alcanzan las cinco millas, y que por ahí no pueden pasar no hombres ni animales a excepción de los pájaros (...). [Sigue la descripción del Grande Corno y macizo del Gran Sasso]



Cuando ascendíamos hacia la cima de esta montaña estaba despejado y el sol era abrasador, pero arriba el frío era enorme, tanto que en una botella de vino que habían subido se había hecho una capa de hielo, y el resto estaba francamente frío. Y a causa del frío nos refugiamos detrás de la piedras que os he dicho para hacer la colación, que fue bastante magra, porque quien quiera llegar a la cima y luego bajar de ella tiene que mantener la cabeza despejada, de modo que no sufra por el vértigo, y no debe tener tampoco dolores en los pies y las manos, tener buena vista y llevar una vida arreglada, porque de lo contrario no conseguiría ni subir, ni aún menos bajar, o cual es demás más peligroso, y que debe hacerse sólo en el mes de julio, o como mucho en agosto.



Y cuando por fin hubimos bajado de la cima, fuimos a ver una fuente que está a dos millas de esta montaña, y que dicen la Fonte Gelata (...)





Cuando De Marchi dice que el Gran Sasso, que sólo roza los 3.000 metros, es la montaña más alta de Italia, habla obviamente de la península italiana. En todo caso, antes de la invención del barómetro era imposible calcular la altura de las montañas con un mínimo de exactitud.



El curioso que quiera leer el texto original en italiano, francamente difícil de encontrar, aquí tiene la referencia bibliográfica:

Sofia Boesch Gajano - Maria Rita Berardi


Civiltá Medioevale nelli Abruzzi


Vol II: Testimonianze, a cura di Maria Rita Berardi


Edizioni Libreria Colacchi, 1990


Págs. 505-520

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